La economía nacional entró otra vez en tensión por una serie de errores no forzados del equipo que lidera Luis Caputo, que ahora tiene dos opciones desagradables: volver al cepo o dejar que flote de verdad.
Déjà vu. Esto ya lo vivimos, muchas veces. Con José Alfredo Martínez de Hoz, con la convertibilidad, con Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández y ahora con Javier Milei. Pero esta vez es también una farsa, pues esta tragedia ya había sucedido antes con Luis Caputo de protagonista. Esto sería una anécdota simpática si las consecuencias para nuestra moneda nacional y para los argentinos no fueran tan lamentables.
Estabilizar nuestra economía no es nada fácil. De hecho, es una tarea compleja que requiere muchas cosas. Entre ellas no confiarse, no cancherear y, por sobre todas las cosas, escuchar y no sobrar a colegas.
No es objetivo de esta nota hacer leña del árbol caído, sino marcar la serie de errores no forzados que nos llevaron a esta situación límite. Porque esta experiencia será recordada como una nueva batalla perdida, pero la guerra contra la inflación sigue y hay que aprender de los errores.
Todo comenzó, algún tiempo atrás, con la tasa de crawl
Esta experiencia arrancó hace menos de dos años con una fuerte devaluación controlada (porque inicialmente el cepo al dólar se mantuvo), una política monetaria algo más laxa (que licuó algunos pasivos públicos) y un ajuste fiscal de 5% del PBI (basta por favor de sumar los intereses de las Leliqs) que no recayó sobre la casta, sino sobre la obra pública, provincias, jubilados, discapacitados, médicos, maestros, profesores y científicos. Al mismo tiempo, se reducía al máximo Bienes Personales, un impuesto que solo pagaban los más ricos.
El impacto inicial de estas medidas fue un salto inflacionario que superó el 25% mensual, el cual fue atacado con el famoso crawling peg del 2%: una tasa de depreciación fija que, como era de esperar en cualquier economía que viene con altas tasas de inflación, fue apreciando la moneda hasta volvernos un país caro en dólares.
Todo esto fue posible gracias al excedente de dólares generado por la devaluación inicial, la abrupta caída en el nivel de actividad y la postergación del pago de importaciones. La inflación bajaba perforando pisos difíciles de imaginar poco tiempo antes, la economía rebotaba tal como predecían Milei, Caputo y el equipo de economía, y el banco central se recapitalizaba comprando reservas internacionales. Todo marchaba acorde al plan (TMAP).
El Gobierno además hizo algunos atisbos para coordinar el proceso de desinflación, por ejemplo, cuando dió marcha atrás con los aumentos de las prepagas y pospuso algunos aumentos de tarifas de servicios públicos. Pero rápidamente sintió que atrasando el dólar y liberando algunas importaciones su popularidad se incrementaría «como pedo de buzo». Probablemente fue así, al menos entre la clase media y alta que pudo viajar y hacer compras en el exterior y, en menor medida, entre los sectores de ingresos bajos que veían como los alimentos subían menos que el índice general.
Te blanqueo las primeras señales de alarma
Los primeros signos de agotamiento se dieron a mediados del año pasado, cuando pasada la cosecha gruesa la brecha cambiaria entre el dólar oficial y los paralelos pasó de un promedio del 20% a superar el 50%. Y el riesgo país, luego de bajar hasta los 1.150 puntos básicos hacia finales de abril, volvía a superar los 1600 puntos a inicios de agosto.
Fue entonces cuando el Gobierno lanzó un blanqueo obsceno en el que le perdonó la evasión a sectores con altos ingresos y logró que más de 20.000 millones de dólares «del colchón» se volcaran al sistema financiero, postergando la insostenibilidad de la estrategia y prorrogando la posibilidad seguir viajando al Mundial de Clubes, a París o a Japón.
Envalentonados porque subían los depósitos y el crédito, tanto en pesos como en dólares, el Ejecutivo anunció una segunda etapa del blanqueo, en la cual se haría la vista gorda para permitir la circulación del dólar. Un intento increíble de forzar un proceso de dolarización a contramano de toda evidencia. Resulta que en ningún país la gente saca los dólares para transaccionar, cuando tiene como alternativa la moneda nacional. Esto lo narró muy bien Joaquín Cottani, primer viceministro de economía de esta gestión: “Ni yo entendí el plan”.
Para todo lo demás, existe masterclass
Pero los dólares del blanqueo también se agotaron. Cuando ya era un secreto a voces la insostenible apreciación, el Gobierno fue a contramano, primero, al coquetear brevemente con una reducción del crawl al 1% y, segundo, al acordar el segundo desembolso electoral del FMI en pocos años, relajar el cepo para personas humanas (no así para empresas, que aún hoy siguen encepadas) y pasar a un esquema cambiario entre bandas que se ampliaban día a día.
En medio de una nueva buena cosecha gruesa, el tipo de cambio se ubicó por debajo del promedio de las bandas pero, en un acto de tozudez pocas veces visto, el equipo económico tomó la decisión de no acumular reservas bajo el argumento de que la baja continuaría hasta el piso de las bandas, en donde el Banco Central sí empezaría a acumular. A pesar de que prácticamente todo el gremio de economistas (y el propio FMI) calificaba la falta de acumulación como un error, desde el oficialismo respondían “TMAP” y “Toto masterclass”.
El capricho de Milei
Como todos los años, la cosecha gruesa pasó y el Tesoro, presionado por la revisión del acuerdo con el FMI, realizó algunas compras puntuales de reservas que presionaron al alza el tipo de cambio.
La frutilla del postre fue el desarme de las LEFI, que pareció responder más a un capricho de Milei que a una prioridad del plan económico. El objetivo era controlar la cantidad de dinero y no las tasas de interés, como se hace en todo el mundo porque es prácticamente imposible hacerlo de otra manera, excepto en algún manual de economía estrambótico que ya nadie usa.
Paradójicamente, lejos de eso, se liberaron unos $10 billones que desplomaron la tasa y metieron más presión al tipo de cambio. ElGobierno se asustó y trató de dar marcha atrás, dando lugar al electrocardiograma de tasas que le metió mucho ruido al mercado financiero.
Con todo a perder las elecciones
Así se gestó una tormenta perfecta con superávit fiscal (primario, porque los intereses de la deuda hace rato que están escondidos debajo de la alfombra de las Lecaps). Sí, porque el equilibrio presupuestario es importante, pero no lo es todo.
Tras utilizar mecanismos como la venta de dólar futuro y el aumento de los encajes bancarios para contener el dólar de cara a las elecciones de medio término, casi sin que nos enteremos, el Tesoro empezó a vender algunos dólares.
Como si esto fuera poco, en un muy torpe movimiento, el Gobierno se encargó de plebiscitar una elección legislativa provincial, afirmó que si los votos no lo acompañaban la cosa se podría poner fea, insultó a los sectores más vulnerables de la sociedad y se lanzó con todo a perder las elecciones.
Consumada la derrota, los títulos de deuda y otros activos argentinos se desplomaron, el riesgo país aumentó y el dólar tocó el techo de la banda. El BCRA reaccionó vendiendo más de USD 1.000 millones en solo tres ruedas, lo que exacerbó aún más al mercado que llevó el riesgo país de nuevo a los 1500 puntos básicos. Qué difícil es construir, qué sencillo es destruir.
Un laberinto cuya una salida es por arriba
Esta semana una cosa quedó clara: el plan económico, si es que alguna vez existió, está totalmente agotado. No hay manera de seguir vendiendo dólares a este ritmo de acá a las elecciones del 27 de octubre. Ni siquiera sería una buena estrategia electoral. Conseguir un préstamo de Estados Unidos solo postergaría y agravaría el problema.
Ahora hay básicamente dos opciones, ambas desagradables. La primera es volver al cepo. Eso permitiría mantener el tipo de cambio oficial en los niveles actuales, pero generaría nuevamente una brecha con un tipo de cambio paralelo mayor. Los incentivos seguirían siendo saquear las reservas del Banco Central.
La segunda es eliminar el esquema de bandas cambiarias y, ahora sí, dejar que el dólar flote. Esta opción tendría un impacto más directo sobre precios, ingresos y actividad. Está claro que un esquema de flotación administrada debería ser el horizonte y hubiese sido ideal ir paulatinamente en esa dirección sin poner en jaque la salud de la economía argentina (para lo que hubiese sido de utilidad acumular reservas). Pero no es tarde, el Central tiene poder de fuego para evitar un overshooting.
Se podría establecer así, de una buena vez, una macroeconomía sostenible, con equilibrio fiscal (dado que la capacidad de endeudamiento tiende a cero), sin cepo y con incentivos para generar dólares en lugar de dilapidarlos. Restaría ver la reacción de los precios y, eventualmente, reiniciar el proceso de desinflación con el desafío de no atrasar el tipo de cambio nuevamente de manera insostenible. También restaría encontrar espacio fiscal para volver a financiar obra pública, salud, educación y el sistema de ciencia y técnica, sin caer otra vez en déficit financiado con emisión.
La debilidad política, lamentablemente, agravaba todos los problemas. Pensar que hasta hace poco parecía que el Gobierno se comía cruda a la oposición y acusaba a todos de mandriles. Pero con la inflación nunca hay que confiarse. Los errores se fueron acumulando (sin contar siquiera los escándalos de corrupción) y terminaron por detonar la política económica. Son tantas las macanas, que es posible que se nos haya escapado alguna.
La Argentina parece condenada a repetir su historia cambiaria como un disco rayado. La pregunta es si alguna vez nos animaremos a cambiar de track. Porque seguir llamando a los mismos que ya la chocaron no es exactamente innovación.
Esta columna fue publicada originalmente en Cenital el 21 de septiembre de 2025.