Guía para la costosa estabilización de la economía argentina

A pesar del buen recibimiento del mercado a Massa, la economía argentina sigue al borde de una situación muy disruptiva. Para evitarla es necesario actuar rápido y con el capital político suficiente. A medida que la inflación sube escalones, las alternativas gradualistas y heterodoxas de estabilización se hacen menos posibles y los costos del proceso, mayores.

¿Hacia dónde apuntar? Los procesos de desinflación se suelen iniciar con precios relativos alineados y un tipo de cambio alto para permitir cierta apreciación. Asimismo, es necesario ir hacia un equilibrio fiscal primario, para no recurrir al financiamiento monetario y permitir que el BCRA lleve a cabo una política monetaria consistente. Si bien el déficit fiscal y la emisión no son siempre inflacionarias, el carácter bimonetario de la economía argentina estrecha este vínculo a través de las presiones cambiarias.

Al respecto, las tasas de interés deberían ser positivas en términos reales y proveer una rentabilidad esperada mayor al dólar. Un tipo de cambio alto, con presiones a la baja, ayuda mucho a este objetivo. Por último, es deseable tener un colchón de reservas internacionales, superávit de cuenta corriente (o un déficit financiable) y crecimiento de las exportaciones, de modo de financiar la expansión de la economía sin saltos cambiarios.

La situación argentina no cumple con estas condiciones. La alineación de los precios relativos tiene dos partes diferenciadas: tarifas y tipo de cambio. La primera parece la más sencilla en términos económicos, no así en términos políticos. Si bien su actualización tiene impacto sobre los precios, dada la regresividad de la estructura tarifaria (mejorada pero no solucionada con la segmentación), los costos podrían concentrarse en la población de mayores ingresos.

Asimismo, la actualización tarifaria tiene un claro impacto fiscal, colaborando en el objetivo del equilibrio primario e incluso pudiendo dejar un excedente para reforzar la política social. Finalmente, un esquema tarifario sostenible fomenta la inversión del sector energético que, como se menciona en un documento de Fundar, tiene un gran potencial exportador.

La alineación del tipo de cambio es la tarea más ardua, dado que tiene un importante efecto sobre los precios, el nivel de actividad, la distribución del ingreso y la pobreza. Por eso siempre es preferible un ajuste fiscal controlado por la política que el descontrol del ajuste cambiario.

La mejor opción no es para nada obvia. Una posibilidad es hacer un desdoblamiento cambiario como camino hacia la unificación, con un tipo de cambio alto para las operaciones financieras y de servicios (donde el saldo comercial es deficitario) y otro más bajo para el comercio de bienes (en donde hay superávit).

La ventaja del desdoblamiento con relación al régimen actual es la simplificación regulatoria y la eliminación de ciertos drenajes de reservas como el dólar solidario y el turista. Asimismo, se obtiene la capacidad de generar incentivos y desincentivos a través del permiso de liquidar al tipo de cambio alto un determinado porcentaje de las exportaciones y la obligación de hacer lo propio con ciertas importaciones.

Claro, la política de esta gestión no es menor y, a la vez, puede producir un efecto sobre los precios. En cualquier caso, intentar un desdoblamiento antes que asumir los costos de una unificación abrupta tendría sentido en tanto desdoblar no impide una posterior unificación.

Sin embargo, el desdoblamiento no soluciona el sistema de incentivos perjudicial de la brecha. Para eso, una fuerte señal fiscal y monetaria ayudaría a descomprimir la presión cambiaria. En la misma línea se encuentra el establecimiento de tasas de interés reales positivas.

Si bien es cierto que tendría un impacto sobre la deuda en moneda local, su sostenibilidad solo se pone en duda por consideraciones políticas, ya que no tiene un peso significativo, las tasas reales son reducidas (hasta negativas) y el BCRA puede funcionar como prestamista de última instancia.

Por último, es necesaria una coordinación desde el sector público con empresas y trabajadores, ya que la persistencia en la inflación está relacionada con la inercia y la puja distributiva. Un documento de Fundar hace una propuesta innovadora de mecanismos de negociación salarial. El problema aquí reside en las capacidades del sector público: si la política de ingresos se combina con las medidas anteriores, es posible que cuente con mayor credibilidad.

En definitiva, el camino sugerido es comenzar con una fuerte señal fiscal por el lado de las tarifas, que funcione como puntapié inicial para reducir el déficit primario y la necesidad de asistencia del BCRA.

Parte de este ahorro fiscal se puede utilizar para reforzar la política social. Al mismo tiempo, llevar las tasas hasta un valor real positivo, lo que podría aliviar la presión cambiaria y reducir las brechas. Así, se despejaría el camino para una modificación del régimen cambiario.

La propuesta es hacer un primer intento por el lado del desdoblamiento transitorio en un tipo de cambio financiero y de servicios más elevado, y otro de bienes más reducido. De esta manera se podría conseguir frenar el drenaje de reservas e iniciar un proceso de acumulación que permita una posterior unificación más controlada. En paralelo, es fundamental trabajar en la coordinación de la inercia y la puja distributiva.

Finalmente, para implementar estas medidas se requiere de un grado elevado de consenso político, la falencia más importante de los últimos años. El esfuerzo no será de una vez y para siempre, sino que se va a necesitar un continuo monitoreo, control y eventual corrección de las variables. Para tener una macroeconomía estable y alcanzar el potencial de nuestro país, será necesario tener un gran temple y abogar por que la distribución de esfuerzos sea lo más progresiva posible.

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