Necesitamos unir fuerzas y salir juntos al mundo a ofrecer más que recursos, mostrar que podemos acordar un desarrollo sostenible y con reglas claras, que traccione tecnología y servicios basados en el conocimiento, que motorice nuestras estructuras productivas y también la infraestructura para consolidar aún más la integración de nuestra región.
Esta semana se cumplieron 40 años de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina. Una relación que no ha dejado de crecer desde entonces y que aún tiene mucho más para dar en los próximos 40 años. De Reñaca a Mar del Plata, del valle de Colchagua al de Uco, de San Pedro de Atacama a Purmamarca y del Chaltén a Torres del Paine. Dos países con tanto para ofrecer al mundo. Nuestro capital natural y humano, nuestro potencial único para la generación renovable, la calidez de nuestra gente y dos minerales indispensables para la descarbonización del planeta: el litio y el cobre.
Compartimos la tercera frontera más extensa del mundo flanqueada por la segunda cordillera más alta, solo detrás del Himalaya. Sin embargo esta “barrera” que parece separarnos puede unirnos en pos de un objetivo: desarrollar los recursos que ella nos ofrece y así hacer crecer los puentes (o más bien los túneles) que nos conectan. Los Andes albergan la mayor fuente de cobre del planeta. Chile lo sabe bien y ha sido históricamente el primer productor global, pero Argentina aún no ha logrado poner en marcha su potencial rojo.
Solo en los distritos cupríferos que se han identificado en la Provincia de San Juan y en las regiones chilenas colindantes, se hallan recursos capaces de proveer entre un sexto y un cuarto de las necesidades de cobre al 2050, si queremos alcanzar emisiones cero y evitar una catástrofe climática.
Para quienes habitan entre la Sierra de Pie de Palo y la Cordillera, sin embargo, el cobre parece una promesa que siempre está al llegar. El Pachón fue descubierto en 1964 y ya adquiere ribetes mitológicos, no solo por su nombre de animal quimérico. Su desarrollo y la prosperidad que traería fue oído por los abuelos sanjuaninos cuando tenían la edad actual de sus nietos. A solo 5 kilómetros de El Pachón, en tierra chilena, opera hace años Los Pelambres donde se ejecuta un plan de inversiones de más de USD 2.000 millones que incluye un nuevo mineroducto hacia el puerto del Pacífico y otro ducto en sentido contrario para traer, desalar y utilizar agua de mar en la operación que se extenderá hasta el 2037.
Hoy, las nuevas inversiones auspician que esta vez sí puede llegar el ansiado desarrollo para San Juan, y para consolidarlo necesitamos capital humano y con conocimientos de este tipo de explotaciones. Es necesario cruzar los Andes otra vez, a la escuela de la experiencia chilena. Los proveedores chilenos extenderían la frontera de sus conocimientos, los argentinos por fin lograríamos consolidar una explotación de nuestros recursos. Enriquecer nuestras economías favorece el desarrollo regional. El no hacerlo es una pérdida para el conjunto y el riesgo de que una vez más esos estudios de factibilidad se archiven hasta un nuevo ciclo favorable de precios.
Nuestros países ya poseen un instrumento, un tratado internacional único en el mundo: el tratado de integración y complementación minera firmado en 1997 que busca facilitar el desarrollo de proyectos en nuestras fronteras. El tratado funciona y, de hecho, ha servido de plataforma para el hallazgo de buena parte de estos recursos, pero ponerlos a producir bajo ese amparo es un desafío mayor que necesita más que del tratado.
La integración entre nuestros países es mucho más que tener reuniones periódicas o tomarse fotos según la afinidad política del momento. La integración son miles de horas-persona haciendo andar el andamiaje institucional, buscando armonizar nuestras normativas y generando espacios de interacción fluidos para intercambiar información. Lograr eficiencia y sinergias. Se trata, justamente, de fomentar la transferencia de conocimientos: el cruce de la experiencia y larga tradición chilena para el monitoreo y control de la actividad minera, sus servicios y profesionales especializados, así como el trasvasamiento desde otras industrias como la metalmecánica argentina o el software como proveedores de la actividad minera transandina.
El desafío es tan grande que necesitamos de todos, unir fuerzas y salir juntos al mundo a ofrecer más que recursos, mostrar que podemos acordar un desarrollo sostenible y con reglas claras, que traccione tecnología y servicios basados en el conocimiento, que motorice nuestras estructuras productivas y también la infraestructura para consolidar aún más la integración de nuestra región. Estamos seguros de que solo puede salir algo bueno de ese blend de Malbec y Carmenere.
Esta columna fue publicada originalmente en Infobae el 21 de noviembre de 2024.