Desde la declaración de la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020, se han realizado grandes esfuerzos a nivel mundial para controlar su transmisión viral, evitar la saturación de los sistemas sanitarios y las muertes por esta enfermedad. Para tales propósitos, los países contaron con un menú acotado de intervenciones que han implementado con resultados diversos, entre las cuales se encuentran: las campañas de información sobre cuidados preventivos; el testeo para la identificación de personas infectadas; el rastreo de contactos estrechos; medidas restrictivas a la circulación, y el aislamiento o cuarentena. Estas intervenciones, cuya efectividad varía en los distintos contextos de aplicación, suelen utilizarse de manera complementaria, con variantes en la implementación y las medidas de acompañamiento.
Habiendo transitado la segunda ola, y frente al potencial peligro de que surjan otras causadas por nuevas variantes como la Delta —que ha evidenciado una propagación más veloz que la variante original en aquellos países donde ha ingresado—, se recomienda sostener algunas de las intervenciones mencionadas, recogiendo los aprendizajes de 2020 y utilizando la evidencia generada como guía.
El presente estudio hace foco en una de ellas: en los mecanismos de rastreo de contactos estrechos, que se encuentran dentro del menú de intervenciones más recomendadas por personal experto y organismos especializados para interrumpir las cadenas de transmisión del COVID-19. Se trata del proceso de detección, evaluación y decisión acerca de qué hacer con las personas que se han expuesto a la enfermedad a fin de evitar que la transmisión continúe. Cuando esta medida se aplica sistemáticamente, interrumpe la cadena de transmisión de una enfermedad infecciosa y, por lo tanto, resulta un instrumento esencial de salud pública para controlar los brotes epidémicos infecciosos. El rastreo de contactos en el caso del COVID-19 implica localizar a las personas que puedan haber estado expuestas a la enfermedad y seguirlas diariamente durante 14 días a partir del último momento de exposición (OMS, 2020).
En la Argentina, donde la gestión de la salud pública se encuentra descentralizada en las 24 provincias, el diseño y la implementación de las estrategias de rastreo de contactos estrechos quedaron bajo la órbita de los gobiernos provinciales. Como resultado, se identifican diversos modelos de centros de rastreo, con diferentes intensidades y performances (Maceira, Olaviaga, Iñarra y Jiménez, 2021). Además, existe escasa información al respecto: se conoce poco acerca de qué jurisdicciones los llevan adelante y con qué modalidad, recursos y desempeños, entre otros aspectos. En este marco, este trabajo busca hacer un aporte para cubrir esta brecha, facilitando, a su vez, información sobre las necesidades de fortalecimiento y las posibilidades de mejora de este mecanismo.