La transición hacia la movilidad eléctrica se ha acelerado a nivel global durante la última década. Más allá del ritmo de su evolución futura y de la incertidumbre respecto a las distintas alternativas tecnológicas posibles para reemplazar a los vehículos de motor a combustión interna, el cambio parece ya difícil de detener y plantea enormes desafíos para los países. En particular para aquellos que, como la Argentina, cuentan con una importante industria automotriz local basada en las tecnologías tradicionales.
Los vehículos eléctricos están teniendo una paulatina y creciente penetración en el mercado. Las ventas anuales de automóviles eléctricos a nivel global pasaron de 130 mil unidades en 2012 a más de 6,5 millones en 2021 (IEA, 2022). Aunque todavía representan menos del 9% de las ventas totales, se duplicaron respecto del 2020 y cada año superan la proyección del año anterior. Por su parte, otros segmentos de vehículos eléctricos como motos, buses y vehículos comerciales livianos también han tenido un incremento significativo en sus ventas.
Esta expansión se explica por motivaciones de los países vinculadas a la reducción de emisiones de carbono y de la dependencia de los combustibles fósiles, a la mitigación del cambio climático y, en el caso de los países con tradición industrial automotriz, a la necesidad de sostener su competitividad en el marco de una nueva cadena de valor global.
A diferencia de China, India y los países desarrollados de Europa y América del Norte, la transición hacia la electromovilidad en América Latina es todavía muy incipiente. En 2021 se vendieron en total 13.898 automóviles eléctricos a batería (BEV) e híbridos enchufables (PHEV), casi el doble de los vendidos en 2020 (6921 unidades). En la región, México (4632) y Colombia (3008) lideraron las ventas; muy por detrás se sitúa Argentina, con solo 62 unidades vendidas en 2021. La penetración aún marginal de estos vehículos se basa casi exclusivamente en importaciones facilitadas por la reducción de aranceles y exenciones impositivas para la compra.
La transición hacia la electromovilidad crea nuevas vinculaciones entre los sistemas de transporte y los sistemas de energía, conlleva sustanciales transformaciones en la organización de la producción y de las cadenas de valor global y genera un escenario para el reposicionamiento de empresas y países y el surgimiento de nuevos competidores. En este sentido, representa un desafío, una amenaza y una oportunidad para la Argentina que cuenta con una industria automotriz importante en términos de empleo y producción.
El cambio de paradigma supone la pérdida de relevancia de componentes y tecnologías tradicionales y jerarquiza otras tecnologías y actores, tales como los segmentos de electrónica y software. A modo de ejemplo, un automóvil eléctrico a batería tiene, en promedio, 2000 componentes menos que un vehículo a combustión (incluyendo los sistemas de motorización y transmisión, precisamente, una de las pocas autopartes que Argentina exporta extraregionalmente en forma relevante). A su vez, requiere baterías de alta potencia y durabilidad, motores eléctricos y los correspondientes sistemas de gestión térmica, la incorporación de materiales más livianos, nuevos neumáticos compatibles con el mayor peso de las baterías y un mayor uso de dispositivos electrónicos, eléctricos y de conectividad que interactúan con el powertrain del vehículo, entre otros.
Pero, al mismo tiempo, la tradición industrial automotriz es también una fuente de ventajas para insertarse en este proceso de transformación productiva global. Las nuevas tecnologías requieren muchas de las capacidades que las empresas automotrices y autopartistas del paradigma previo han desarrollado, tanto en relación con cuestiones técnicas (mecatrónica, software y nuevos materiales) como organizacionales (sistemas de producción lean). Por otra parte, algunos eslabones en los que la brecha de capacidades entre la Argentina y el mundo ha sido históricamente desfavorable, como los motores a combustión interna, serán desplazados en su centralidad por las baterías y los motores eléctricos. Estos componentes se sustentan de manera más intensa en conocimientos de química y electromecánica, lo que supone una ventaja comparativa a ser explorada por la Argentina ante una reconfiguración global de la cadena de valor.
Algunos eslabones en los que la brecha de capacidades entre la Argentina y el mundo ha sido históricamente desfavorable, como los motores a combustión interna, serán desplazados en su centralidad por las baterías y los motores eléctricos.
Para transitar un camino de mejora de la competitividad del complejo automotriz y reforzar su orientación exportadora en el marco de la transición hacia la electromovilidad, resulta clave identificar las condiciones vinculadas a las oportunidades de mercado, las capacidades productivas y las barreras existentes en Argentina para la integración local de componentes. ¿En qué segmentos y componentes sería conveniente que se especializara la industria argentina y cuál sería la estrategia de inserción internacional más apropiada? ¿Cómo se va a regular el sistema de carga y cómo se va a promover la expansión de la infraestructura correspondiente? ¿Cómo se van a asignar incentivos y mejorar la coordinación del sistema científico para vincularse eficaz y eficientemente con el sistema productivo? ¿Cómo se va a gestionar la transición tecnológica en relación con los actores de la industria automotriz tradicional? ¿Cómo se va a diseñar e implementar una estrategia de política que requiere horizontes de largo plazo, altas capacidades técnicas y habilidades para la coordinación de diversos actores e instrumentos?
Con el objetivo de avanzar en algunas respuestas a estas inquietudes, evaluar el potencial de este sector en la Argentina y la naturaleza de las acciones y políticas públicas necesarias, y tomando como base los diagnósticos realizados sobre electromovilidad en el Consejo para el Cambio Estructural y los análisis de sectores “verdes” de Fundar, adoptamos una estrategia metodológica que, según nuestro conocimiento, nunca se había utilizado en los estudios sobre el sector de electromovilidad en la Argentina, y que consideramos idónea para pensar una política industrial a nivel meso sectorial.
Desagregamos el powertrain de un vehículo eléctrico en sus sistemas y componentes principales e identificamos las barreras técnicas e institucionales para su producción, las capacidades técnicas y de know how requeridas, la organización de mercado predominante a nivel global y algunos casos empresariales y experiencias de política “de éxito”. El propósito ha sido contribuir al diseño de una política industrial orientada a maximizar la integración local de partes y componentes y su desarrollo tecnológico asociado. En este marco, se organizaron tres mesas de trabajo focalizadas en los segmentos de pack de baterías, micromovilidad y buses, en las que participaron 24 personas del sector empresario, del sistema científico tecnológico, organismos tecnológicos públicos y expertos sectoriales. Se realizaron, asimismo, diez entrevistas individuales a actores empresariales con el objetivo de diseñar, preparar e informar el intercambio en las mesas de trabajo y validar datos técnicos clave.
Esta investigación sistematiza los debates de los tres encuentros sobre la situación y la potencialidad del sector de electromovilidad en Argentina y delinea propuestas que tratan de ir un paso más allá de un marco general de promoción de inversiones. Las acciones recomendadas son complejas desde el punto de vista de su diseño y coordinación, y no están exentas de probables tensiones; seguramente requieran tiempo de maduración, una implementación progresiva y secuencial, y un monitoreo constante de las ventanas de oportunidad emergentes. Pero, en cualquier caso, es perentorio e imprescindible definir una hoja de ruta capaz de balancear las urgencias inmediatas con los desafíos de largo plazo y trazar una estrategia para favorecer una inserción ventajosa de Argentina en las nuevas cadenas de producción global y regional de la electromovilidad. En caso de no fortalecer las capacidades tecnológicas e institucionales necesarias, no solo se corre el riesgo de perder el tren de la transformación productiva en curso, sino también activos industriales larga y trabajosamente acumulados.