Bimonetarismo en Argentina: consecuencias y alternativas a la dolarización

La economía argentina es bimonetaria. Esto significa que el dólar ocupa funciones de la moneda como la unidad de cuenta, el medio de pago y la reserva de valor. Prueba de ello son la compra-venta de inmuebles en dólares, el elevado traspaso de precios de las variaciones en el tipo de cambio y los más de u$s260.000 millones de argentinos en las cajas de seguridad.

Ahora bien, el bimonetarismo no es un fenómeno exclusivamente argentino. Buena parte de los países de América Latina —como Brasil, Chile, Uruguay, Perú y Bolivia, entre otros— han tenido el mismo problema y, con los incentivos adecuados, fueron capaces de fortalecer la moneda nacional en un proceso de estabilización de sus economías.

Argentina también puede reducir su grado de bimonetarismo, ya que este no es un fenómeno idiosincrático, sino que tiene causas económicas reconocibles. La primera: la inflación, una constante de la economía nacional que dificulta la realización de contratos en pesos. La segunda: en los últimos 50 años quien apostó por la moneda nacional perdió en comparación a quien apostó por el dólar. Esto se ha dado tanto por una tasa de interés poco atractiva, como por la sucesión y frecuencia de eventos disruptivos: defaults, congelamientos de depósitos, destrucción de las estadísticas oficiales, bruscas devaluaciones y cepos.

Una economía bimonetaria tiene dificultades para salir de un círculo vicioso. Enfrenta una mayor presión cambiaria por la demanda de dólares para atesoramiento. En un contexto inflacionario, esto provoca un mayor traspaso a precios de las devaluaciones. La mayor volatilidad nominal dificulta el desarrollo del mercado de capitales en pesos, lo que reduce la capacidad de financiamiento del sector público y privado, y limita los márgenes de la política fiscal. Finalmente, el crecimiento de la economía y de las exportaciones se ven resentidas, lo que disminuye la oferta de dólares y vuelve a generar presión sobre el tipo de cambio.

Si no se empieza a revertir el bimonetarismo, no va a haber boom exportador que alcance. Las alternativas son dolarizar o estabilizar fortaleciendo la moneda nacional. Si bien la dolarización podría eliminar algunas fuentes de inestabilidad, lo hace a un costo enorme: resignar la política cambiaria y su capacidad para amortiguar shocks exógenos, resignar el control de las tasas de interés y la posibilidad para actuar de manera contracíclica.

Además, no elimina la posibilidad de llevar a cabo procesos de déficit fiscal y endeudamiento insostenibles, y sí elimina al prestamista de última instancia. Demos ejemplos cercanos: una economía dolarizada no habría podido sostener los ingresos de las familias durante la pandemia y tampoco podría estabilizar el sistema financiero garantizando los depósitos como lo está haciendo actualmente el mundo desarrollado frente a la crisis de los bancos.

Asimismo, estabilizar por la vía de la dolarización implica hacerlo a un tipo de cambio mucho más elevado que el equivalente a hacerlo con moneda propia. Con los valores actuales, dolarizar con las reservas netas del Banco Central implicaría un tipo de cambio de conversión mayor a 2000 en caso de cambiar solo la base monetaria y más de 7000 si también se incluyen los pasivos remunerados. En ambos casos, los ingresos verían seriamente afectado su poder adquisitivo.

Por último, ¿cuáles son las condiciones necesarias para dolarizar la economía? Reducir el déficit fiscal y de cuenta corriente a niveles financiables, acumular reservas internacionales, alinear precios relativos (tipo de cambio y tarifas) y hacer política de ingresos para frenar la inercia inflacionaria, ya que de mantenerse puede provocar una inflación residual en dólares que mine la competitividad. Es decir, las mismas condiciones que para encarar un proceso de estabilización con moneda propia.

Por todas estas razones, creemos que el mejor y único camino de estabilización posible es con el fortalecimiento del peso. ¿Cómo hacerlo? Ante todo, premiar a quien ahorre en moneda local, a partir de una tasa de interés positiva en términos reales y mayor a la expectativa de rentabilidad de las alternativas en dólares, lo cual requiere evitar saltos bruscos del tipo de cambio.

La regulación bancaria debe ir en la misma dirección: encajes mayores para los depósitos en dólares y seguro de depósitos solo para los denominados en pesos. Asimismo, iniciar un proceso de desindexación es condición necesaria. Si bien la indexación permite a la moneda local conservar ciertas funciones en un contexto inflacionario, lo hace a costo de enraizar la inercia y establecer un piso de inflación difícil de perforar. Con una variación de precios que supera el 100% la indexación claramente no es la mejor opción.

El contexto actual puede hacer que esta enumeración parezca wishful thinking: no lo es. Son soluciones de política a un fenómeno que tiene causas económicas, que solo serán posibles en tanto y en cuanto se inicie un proceso de estabilización. Mientras tanto, se debe evitar a toda costa la pesificación compulsiva de contratos y el incumplimiento de los compromisos de deuda en pesos. Por último, es necesario iniciar un camino hacia la normalización del mercado de cambios.

En resumen, tenemos una economía crecientemente bimonetaria, lo que alimenta la inflación y limita la capacidad de maniobra. Estabilizar y fortalecer la moneda propia lleva tiempo: requiere que el arco político encuentre mínimos denominadores comunes para sostener las políticas en el tiempo, independientemente de quién gobierne. La dolarización requiere de condiciones iniciales idénticas a las necesarias para encarar un proceso de estabilización con moneda propia. En ese sentido, ¿por qué resignar la moneda y limitar las posibilidades futuras de desarrollo?

Esta columna fue publicada originalmente en el diario Ámbito Financiero el día 5 de abril de 2023.

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