Signos vitales de un planeta en crisis

Hace tiempo que la comunidad científica llegó a un consenso: las actividades humanas son la principal causa del calentamiento global y el cambio climático es innegable. Pero no todos somos responsables por igual de que el mundo esté al horno. Los países del norte global, principalmente China, Estados Unidos y los de la Unión Europea, son los grandes emisores de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento del planeta. Bajo este escenario, los eventos climáticos extremos son y serán más frecuentes. Nos enfrentaremos cada vez más seguido a lluvias torrenciales, olas de calor, olas de frío, sequías e inundaciones.

¿Cómo podemos realizar esta afirmación y señalar incluso que es incuestionable? Los datos nos ayudan a encontrar respuestas. La existencia del cambio climático se ha comprobado gracias a un trabajo arduo y constante de observación y medición de la naturaleza. Un trabajo que requiere inversión de recursos humanos, financieros y tecnológicos para obtener datos precisos e interpretar la complejidad de los distintos aspectos del cambio climático. Cuando decimos “datos”, nos referimos aquí a los signos vitales de la naturaleza, aquellos que nos permiten evaluar su estado y evolución.

Hoy tenemos una gran cantidad de información que sirve para detectar modificaciones en los componentes del sistema terrestre. La calidad de estos datos puede variar según la fuente y el método utilizado para su recopilación. Podemos estudiar el clima a partir de observaciones en lugares específicos, observaciones remotas y modelos numéricos. Así como no es lo mismo conocer a alguien en persona, a través de una foto o a partir de una reconstrucción hecha por una computadora, con la naturaleza pasa algo similar. En el contexto del cambio climático, la persona, la foto o el modelo nos muestran lo mismo: la situación es grave y empeora.

Observar la naturaleza es un ejercicio de medición. Tomar un termómetro y registrar la temperatura del aire. Colocar una regla y anotar la altura del río o de los mares. Para acceder a sitios más alejados, son precisos métodos más complejos. Como especie, la humanidad mide desde siempre: medimos la naturaleza para sembrar, para cosechar, medimos para vivir y para sobrevivir. En la actualidad contamos con tecnologías extraordinarias para ese fin: por ejemplo, en el medio del océano se utilizan boyas que derivan por los mares llevadas por las corrientes y bucean, midiendo la temperatura en diferentes profundidades. Estos datos revelan el rol crucial del océano en el sistema climático. Durante los últimos 25 años, la cantidad de calor que el océano absorbió equivale a 4000 millones de explosiones de bombas atómicas de Hiroshima. Sin este mecanismo de captación del calor que le sobra a la atmósfera, el planeta sería inhabitable.

Hay lugares donde es posible medir sin necesidad de “tocar” la superficie terrestre. Los protagonistas del sensoramiento remoto son los satélites. Actualmente cientos de ellos orbitan la Tierra y llevan a bordo sensores para observar características de la naturaleza, como la temperatura, la humedad del suelo, la cobertura de hielo y la vegetación, entre otros. Los datos recopilados por los sensores que miden la altura de la superficie terrestre indican que durante los últimos 30 años ha habido un aumento constante en el nivel medio del mar. Este incremento trae impactos sobre terrenos costeros e islas, como la erosión de playas, la inundación de zonas bajas y la pérdida de hábitats naturales.

Como si estos instrumentos de medición sobre el espacio no fueran suficientes, también tenemos la capacidad de crear representaciones de la naturaleza en una dimensión temporal, mediante simulaciones computacionales. Actuamos como deidades capaces de conocer o predecir el estado pasado, actual y futuro del clima a partir de una herramienta robusta: los modelos climáticos. Un ejemplo práctico de esto son las aplicaciones para el celular que indican cómo estará el tiempo meteorológico durante los próximos días. Estas apps se basan en modelos de predicción del tiempo que resuelven ecuaciones físico-matemáticas sobre el movimiento de la atmósfera: no todos los modelos son iguales y por eso las aplicaciones de los celulares pueden tener pronósticos diferentes entre sí. Desde ya, los modelos no son perfectos, pero son la mejor herramienta para espiar el futuro cercano.

Para ver el futuro lejano se requiere comprender el clima a largo plazo, en escalas temporales de décadas a siglos. El instrumento para esto son las proyecciones climáticas que permiten entender la evolución futura del clima suponiendo distintos escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto traza distintos futuros posibles para la sociedad y el ambiente. Los modelos climáticos actuales producen una gran cantidad de información, de millones de gigabytes. Este volumen de datos requiere conocimientos y herramientas especializadas cada vez más complejas para su procesamiento, que la comunidad científica se encarga de analizar.

¿Y qué nos dicen los datos? ¿Qué nos dice nuestra capacidad para procesarlos? Las proyecciones climáticas muestran que, a corto plazo, se espera un aumento de las inundaciones en las ciudades y regiones costeras, pérdida de biodiversidad en ecosistemas y una disminución en la producción de alimentos en algunas regiones. Además, las comunidades vulnerables, que son las menos responsables del cambio climático, sufrirán sus peores efectos.

La humanidad tiene una estrecha ventana de oportunidad para garantizar un futuro habitable y sostenible. No podemos volver atrás la cantidad de gases que se han emitido a la atmósfera desde la Revolución industrial, pero sí podemos controlar que la situación no empeore abruptamente. Las acciones tomadas en esta década tendrán consecuencias durante miles de años.

La evidencia es necesaria para responsabilizar a los causantes del cambio climático, pero no es suficiente para resolver el problema. Se requieren esfuerzos significativos y colaborativos para enfrentar esta catástrofe global. Si no, esta increíble variedad de herramientas para conocer la naturaleza y el daño que le estamos infringiendo solo nos repetirá lo mismo: por primera vez en su historia, la humanidad es capaz de medir la posibilidad de su propia extinción.

 

Esta columna se publicó originalmente en el diario La Nación el 27 de mayo de 2023.

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