Un mapa realista y ambicioso para el crecimiento verde en la Argentina

¿Es posible compatibilizar la agenda de crecimiento económico con la de sustentabilidad ambiental? A través de un análisis empírico se muestra cuál es el potencial de Argentina en la producción verde y cómo este camino puede ser una vía para complejizar nuestras exportaciones. El futuro del planeta es verde. O mejor dicho, tiene que ser verde porque el largo plazo está a la vuelta de la esquina.

No es riesgoso afirmar que el cuidado del ambiente dejó de ser una nota al pie para pasar a estar en primera plana de las agendas de los países desarrollados y, en forma creciente, de los países en desarrollo también. El futuro del planeta es verde. O mejor dicho, tiene que ser verde porque el largo plazo está a la vuelta de la esquina.

No es menos cierto que el cortísimo plazo de Argentina involucra a más del 50% de sus jóvenes en situación de pobreza, más de una década de estancamiento económico y demandas sociales urgentes. Los continuos fracasos para estabilizar la macroeconomía y lograr un proceso de desarrollo sostenido han hipotecado el futuro de buena parte de la población.

Entonces, ¿es posible compatibilizar la agenda de crecimiento económico con la de sustentabilidad ambiental? En este documento elaborado desde Fundar aplicamos un análisis empírico para entender el potencial de Argentina en la producción verde y cuál es nuestro posible lugar en el mundo que viene. Le pusimos números al crecimiento verde y a su potencial productivo. Pero vayamos por partes y planteemos una serie de preguntas que nos sirvan de guía para entender el escenario.

¿Qué riesgos implica descuidar lo verde en una agenda de gobierno?

Hay quienes argumentan que Argentina no se debería preocupar por el tema, ya que su contribución al cambio climático es relativamente menor comparada con otros países. Bajo esa mirada, los países desarrollados deben responsabilizarse. El argumento cae por su propio peso: si las principales economías del mundo van hacia lo verde, las regulaciones comerciales se pondrán cada vez más exigentes para que el resto también las respete.

Si analizamos el panorama global, podemos ver que el desafío de estas “barreras verdes” no es algo que debamos subestimar. Según nuestros cálculos, del top 10 de países con potencial verde futuro, 7 son europeos; los 3 restantes son China, Turquía e India. Al incorporar los países con mayor valor en el índice de complejidad verde actual, la lista se completa con Estados Unidos, Japón, República Checa, Dinamarca y Reino Unido. Los datos sobre el PBI y las importaciones ayudan a dimensionar la relevancia económica de este conjunto de 15 países: en efecto, utilizando datos del Banco Mundial para el año 2018, representaron el 67% del PBI mundial y el 52% de las importaciones de bienes y servicios globales. La geopolítica y la economía verde están alineadas y los riesgos subyacentes para los países en desarrollo, entre ellos Argentina, están claros.

La Unión Europea, por ejemplo, se encuentra discutiendo una serie de propuestas que tienen como eje principal la reducción de las emisiones de carbono, introduciendo un sobreprecio que distintos sectores de la economía deberán pagar por las emisiones que producen. Estas exigencias ambientales no solo serán cada vez más estrictas en relación con los requisitos sobre los productos importados, sino también sobre los procesos de producción empleados y las emisiones que se generan desde su origen de fabricación hasta su punto de destino. De esta manera, las empresas que quieran exportar sus productos al mercado europeo en el futuro deberán ser capaces de demostrar que son sustentables en términos de emisiones, manejo del agua, consumo energético y disposición de sus desechos. Aquellas que no puedan hacerlo muy probablemente deberán enfrentar impuestos adicionales, lo que eventualmente devendrá en barreras comerciales. Por eso, los países que no se adapten rápidamente tendrán dificultades para mantener e incrementar el nivel de las exportaciones. En Argentina sabemos bien que esto será un problema para nuestro desarrollo.

Otra dimensión relevante a tener en cuenta son las oportunidades asociadas al desarrollo de la economía circular: cada vez son más los países que apuestan por la comercialización de materias primas secundarias (aquellas que provienen de la recuperación y valorización de los residuos) debido a sus beneficios económicos y ambientales, sustituyendo la materia prima virgen. Esto queda claro cuando vemos que entre 2002 y 2018 las exportaciones mundiales de residuos crecieron en promedio 21% en términos de valor y 8% en términos de volumen («El comercio internacional y la economía circular en América Latina y el Caribe«, CEPAL), mostrando así una dinámica de crecimiento de casi el doble respecto al total de bienes para el mismo período. Lamentablemente, la participación de los países de América Látina es aún marginal, con apenas el 2,6% de las exportaciones y un 3,3% de las importaciones.

En suma, la demanda de este tipo de productos será más vigorosa que la del resto. Si sabemos que el mundo será verde, debemos hacer la tarea desde temprano para no perder el tren.

¿Es posible armonizar crecimiento con producción verde?

La respuesta es SÍ. Los productos verdes son en general más complejos que el resto, es decir que se encuentran inmersos en el tipo de sectores que a cualquier país le gustaría incentivar. La corriente de la Complejidad Económica, impulsada en los últimos 15 años por expertos de la Universidad de Harvard y del MIT, muestra que el desarrollo de sectores complejos incrementa la tasa de crecimiento económico potencial de largo plazo, ya que genera derrames positivos a otros sectores de la economía. Más aún,»acerca a los países a poder desarrollar sectores más complejos en el futuro, con la posibilidad de disparar un círculo productivo virtuoso.

Lo dicen los datos y no nuestra apreciación subjetiva. A este fenómeno lo referimos como la “divina coincidencia”, dado que hace posible pensar estrategias de crecimiento verde. Es decir, crecimiento y ambiente no están en las antípodas. Hay diagonales posibles para armonizar ambos objetivos. Más aún, Argentina ofrece un territorio propicio para trazarlas.

Pero, ¿cómo aprovechamos ese potencial? ¿Cómo decidimos hacia dónde ir?

La respuesta es menos sencilla: Argentina no lo viene haciendo bien. Entre 2011 a 2018, dejó de exportar 1174 millones de dólares en productos clasificados como verdes. Esta caída fue generalizada para todos los productos verdes, sin ninguno que guiara la tendencia por encima del resto. El mal desempeño tuvo como consecuencia que el país dejara de ser un exportador competitivo en alrededor del 50% de los productos donde mostraba ventajas comparativas reveladas en 2011. En 2018 nos ubicamos en el puesto número 68 en el ranking de potencial verde sobre un total de 122 países.

Otra cuestión central es que en la actualidad nos especializamos en productos verdes que no son los más complejos ni tampoco son estratégicos para impulsar nuevos desarrollos verdes interesantes en el futuro. Es decir, el país tiene una transición más sencilla hacia la producción de bienes de baja complejidad. No es que las posibilidades de desarrollo verde sean remotas, sino que sin políticas productivas bien direccionadas las capacidades actuales se readaptarían hacia productos verdes cercanos a la estructura productiva actual, que son poco interesantes en términos de su contribución al desarrollo económico verde.

Es fundamental, entonces, tomar decisiones para modificar el statu quo. Nosotros proponemos una alternativa. A través de un análisis cuantitativo, pudimos identificar una lista de 30 productos que son nodos estratégicos para revertir la situación. Estos productos tienen la particularidad de pertenecer a sectores complejos —y por lo tanto aceleran el crecimiento económico— al mismo tiempo que forman parte de entramados productivos en donde Argentina ya tiene un camino recorrido. Es decir, identificamos aquellos productos que resultan estratégicos para el desarrollo económico verde: los datos nos muestran que tenemos potencial y capacidad productiva para dar el salto y competir internacionalmente en su producción. Es una selección realista y ambiciosa a la vez.

La lista incluye productos que destacan por su complejidad como la maquinaria para limpiar y secar botellas y contenedores para su reciclado y reutilización. También se seleccionaron productos que destacan por mostrar evidencia de una competitividad latente, como la maquinaria para el filtrado y depuración de líquidos que se usa para eliminar contaminantes de las aguas residuales mediante recuperación química, y maquinaria para mezclar, amasar y triturar distintos residuos orgánicos para la preparación de compostaje. Suecia se destaca como principal exportador mundial del primero de los productos, mientras que Alemania lo hace en los últimos dos, lo que puede ser un indicador sobre la sofisticación asociada de estos nichos exportadores.

De la selección de estos 30 productos y el análisis de los clusters a los que pertenecen, aprendimos que existen oportunidades en un conjunto de productos verdes que proveen distintos servicios ambientales y que muchas veces quedan fuera de la discusión pública. En términos de política económica, esto indica que no deben centrarse los esfuerzos solamente en los sectores de energía eólica, solar o electromovilidad —entre otros típicamente subrayados en el debate público—, sino que se debe prestar atención a la existencia de nichos. En particular, nichos con potencial en sectores relacionados con maquinaria para el reciclado de componentes orgánicos e inorgánicos, equipos para el control, manejo y traslado de diferentes clases de desechos y contaminantes, y maquinaria para la filtración y depuración de agua y gases, en los cuales Argentina tiene capacidades previas relevantes. Si se logran producir de forma competitiva, incrementaríamos la complejidad económica de nuestra canasta exportadora.

Adicionalmente, los productos identificados integran distintos clusters que se encuentran a su vez bien conectados entre sí, lo cual indicaría la existencia de vínculos productivos y economías de escala que podrían ser parte de un círculo virtuoso de desarrollo verde.

Desde ya, pasar de la propuesta en papel a la realidad es un gran desafío. Identificar productos interesantes es un primer paso para iniciar un proceso de definición de políticas productivas, donde el análisis de la falla a atacar, la capacidad estatal y la flexibilidad metódica para el monitoreo son fundamentales para seguir adelante. De la misma forma, la disponibilidad de recursos escasos para impulsar políticas de desarrollo productivo en el corto plazo y sobre un grupo tan heterogéneo de productos y sectores plantea el dilema de tener que ordenarlos de acuerdo a algún tipo de priorización. En este sentido, tener en consideración las características propias de estos sectores, como su capacidad para generar empleo, su potencial exportador, su impacto ambiental o la capacidad institucional del sector privado para trabajar en una agenda, será fundamental para la construcción de una política eficiente y en sintonía con prioridades económicas, sociales y ambientales.

¿Qué nos espera si podemos recorrer este sendero con éxito?

Ensayamos una respuesta a partir del aporte que el desarrollo de los 30 productos tendría sobre el índice de complejidad económica del país, el cual se duplicaría. Este incremento implicaría un aumento estimado en la tasa de crecimiento económico de entre un 0,23 y un 0,4 puntos porcentuales. Si bien la estimación de crecimiento es por lo demás atractiva, también es realista; solo con producción verde no alcanza para sacar a la Argentina del estancamiento secular en el que se encuentra, aunque sí contribuye a guiarla por un sendero más sustentable.

Una nota final. El momento de impulsar el desarrollo verde es hoy. La pospandemia brinda un escenario propicio para que todos los países revisen sus paradigmas productivos. Necesitamos entenderlo y no desaprovechar oportunidades y ventajas. Hacen falta políticas de desarrollo productivo verde que sienten las bases de un crecimiento económico que atienda a los desafíos del cambio climático. Pensar nuestra realidad desde una dinámica impensada es necesario, pero es solo un primer paso.

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