En Argentina la brecha salarial es del 25%, pero la situación cambia (y mucho) según la provincia. Y si hablamos de desigualdades laborales el salario no es lo que más impacta: en el uso del tiempo la inequidad es todavía mayor. ¿Cómo es el trabajo de las mujeres en las provincias argentinas? Un índice de Género, Trabajo e Ingresos.
La desigualdad de género ha tomado una visibilidad pública sin igual en los últimos años. A pesar de esta relevancia, los desafíos que plantea esta agenda resultan inabarcables sin un mapa de los frentes sobre los cuales focalizar los esfuerzos. Hacen falta mediciones que nos permitan captar la realidad argentina, integrando sus distintas dimensiones y su heterogeneidad a un nivel subnacional. El Índice Subnacional de Igualdad de Género (ISIG) se propone atender este objetivo. Releva las brechas de género existentes en las 24 jurisdicciones del país para producir un mapa que nos permita identificar rápidamente dónde deben colocarse urgentemente los esfuerzos de política pública. Esta segunda entrega del índice se enfoca en el plano del trabajo y los ingresos. Sistematiza por primera vez en un sólo valor la desigualdad económica de género a nivel provincial en Argentina.
Género, trabajo e ingresos
De un problema inabarcable a uno apropiable por la política pública
En los últimos años atestiguamos una ampliación acelerada del compromiso e involucramiento de la sociedad civil y el sector público con la cuestión de género. Hoy no podemos imaginar ni planificar el desarrollo del país sin pensar en la equidad como horizonte. Sin embargo, la desigualdad es un fenómeno multidimensional y estructural que resulta especialmente desafiante para el abordaje desde la política pública.
La evidencia sirve para establecer prioridades dentro de todas las problemáticas asociadas y construir voluntad política nacional y local. El índice de género, trabajo e ingresos (IGTI) busca descomponer este desafío de uno inabarcable a uno apropiable por la política pública. El reto fue reconstruir el mapa de desafíos de sencilla lectura en todo el país con el objetivo de iluminar las áreas de intervención y señalar qué problemáticas deberían priorizarse con mayor urgencia.
Otro desafío es comprender las dinámicas propias de cada jurisdicción. Este índice es subnacional: recaba y produce información local. Buscar proveer una línea de base descriptiva sobre la situación de desigualdad económica de género en las 24 jurisdicciones del país que nutra la evidencia para la toma de decisiones y el seguimiento de las políticas.
Un índice para medir la desigualdad económica
El IGTI se propone analizar el grado de igualdad alcanzado entre varones y mujeres en las 24 jurisdicciones en lo que respecta a la inserción laboral, la distribución de tareas domésticas no remuneradas y la pobreza. El IGTI no es una medida de bienestar general ya que compara la situación de las mujeres con la de los varones, sea cual sea el nivel del que se parta, por lo que situaciones de paridad pueden convivir con bajos niveles de ingresos o viceversa.
Se construyó con datos binarios en términos de género porque aún no contamos con fuentes oficiales que permitan reconstruir la situación de las personas travestis, trans y no binarias frente al mercado de trabajo en nuestro país.
Contemplar las realidades regionales
Los hallazgos muestran que ninguna jurisdicción es igualitaria en lo que respecta a la inserción laboral de las mujeres, la pobreza y la distribución de tareas domésticas no remuneradas. Estamos a 22,4 puntos de alcanzar la paridad promedio de todas las jurisdicciones y la distancia entre el primer y el último puesto es de 11,4 puntos. Esta diferencia nos habla de un mayor nivel de homogeneidad entre las provincias en comparación a otras dimensiones de la igualdad de género, como la representación y poder de decisión, donde la separación entre la provincia con mejores y aquella con peores condiciones era de casi 30 puntos.
Una primera lectura de los datos nos muestra que no hay una relación unívoca entre riqueza y desarrollo económico (medido por el PBI per cápita) e igualdad de género en Argentina. Para abordar las desigualdades en el plano económico es necesario prestar atención al perfil de especialización productiva de cada provincia.
En un ejercicio de asociación rápida, al observar conjuntamente el mapa de la especialización productiva y el del puntaje alcanzado por el IGTI, podemos advertir que la mayoría de las provincias de especialización agropecuaria y de las industriales-extractivas son las más igualitarias. A su vez, todas las provincias con perfil agroindustrial están entre las más desiguales. Estas observaciones no son determinísticas ni causales, pero muestran que a la hora de pensar en cómo abordar la desigualdad de género en el plano económico, la política productiva no debe ser pasada por alto.
Insertarse en el mercado de trabajo
Varones y mujeres ofrecen su trabajo en el mercado de forma muy inequitativa. Ellos logran trabajar una mayor cantidad de horas en forma paga y su salario es mejor que el de las mujeres, en especial en aquellas provincias donde el nivel de las remuneraciones es más alto. A pesar de esto, cuando ellas efectivamente logran entrar en el mercado, la formalidad pareciera afectar igualitariamente a ambos géneros y el acceso a derechos laborales (medido a través de la formalidad) es el plano más cercano a la igualdad.
Actividad: acceder al mercado laboral, la principal barrera
Si miramos en detalle las distintas variables que componen la inserción laboral, observamos que la tasa de actividad es el indicador más desigual con un ratio promedio de 68,8 puntos. El promedio nacional en varones es del 67,7%, mientras que el de las mujeres es de 46,6%, con valores que van desde un 28% en Formosa hasta un 58% en CABA.
Este indicador pone en evidencia la aún rezagada participación de mujeres en actividades remuneradas, sea teniendo o buscando trabajo. Visto de otra forma, todas las provincias tienen un amplísimo porcentaje de mujeres que se encuentran fuera del mercado laboral, en lo que las mediciones estándares se conoce como “inactividad”, aunque probablemente se encuentren realizando parte de aquel trabajo invisibilizado y no remunerado.
En primer lugar, las provincias más desiguales en actividad son también las que presentan más bajas tasas de actividad de mujeres, algo que también ocurre a la inversa con las más igualitarias.
En segundo lugar, dos valores de igualdad idénticos pueden estar escondiendo realidades distintas. La participación no sigue los mismos patrones en todas las provincias. En algunas, las mujeres trabajan poco pero si lo hacen es en condiciones similares a sus pares varones (Chaco, Formosa). En otras, participan más pero en condiciones de desigualdad notorias (Córdoba, Entre Ríos).
Formalidad laboral: más cerca de la paridad
El indicador de formalidad presenta el puntaje promedio más alto del componente (92,6); y es el único que, en algunas provincias (Chaco, Formosa, Río Negro y San Juan) alcanza la paridad total. En este caso, el principal problema continúa siendo la participación dentro del mercado laboral.
La principal hipótesis para los altos niveles de formalidad de mujeres apunta al mayor peso relativo que tiene el empleo público por sobre otros sectores económicos, en la medida en que se trata de trabajadoras estatales registradas y la mayor parte se concentra en Educación, Salud y Seguridad, siendo las primeras actividades típicamente feminizadas. Las tasas de formalidad y empleo público de mujeres se encuentran significativamente correlacionadas.
Jornada laboral: las 9 horas de diferencia
La jornada laboral principal de las mujeres es más reducida que la de los varones. Eso se verifica en Argentina en el nivel subnacional, en donde los varones trabajan en promedio 41 horas semanales y las mujeres 32.
Este indicador considera únicamente horas trabajadas de la ocupación principal. No considera el pluriempleo que en Argentina afecta al 10% de la población ocupada. A priori, parecería que incorporar ocupaciones secundarias cerraría la brecha de horas trabajadas, pero el tiempo que le dedican los varones a las ocupaciones secundarias es mayor que para las mujeres (38% vs. 20%).
Ingreso laboral y brecha salarial
En ninguna provincia argentina las mujeres llegan a obtener los mismos ingresos en promedio que los varones por su trabajo principal. Además, las provincias con menor ingreso per cápita y menores salarios tienden a ser más igualitarias que las más ricas. A la vez, en las provincias donde el ingreso salarial es mayor, la desigualdad también lo es.
La división sexo-genérica del trabajo no sólo restringe la posibilidad de las mujeres a ofrecer más horas en el mercado, sino que condiciona las ramas en las que se desempeñan, su salario relativo y la calidad del empleo al que acceden. La desigual distribución entre ocupaciones y sectores de actividad que genera una concentración femenina en ramas asociadas a la reproducción social (cuidados) se corrobora en todas las provincias.
Uso del tiempo y oportunidades: las horas de trabajo no remuneradas, madre de todas las batallas
Ingresar y desarrollarse en el mercado laboral es una condición necesaria para obtener ingresos propios y lograr autonomía económica. En Argentina dicha participación presenta amplias desigualdades en términos de género que son reflejo de múltiples causas, entre ellas, la ausencia de corresponsabilidad en cuidados.
Jornada no paga: principal explicación a la desigualdad
El aumento de la participación en el mercado laboral remunerado de las mujeres no trajo aparejado una mayor corresponsabilidad de cuidados. En ninguna región las mujeres trabajan menos de 4 horas diarias de forma no remunerada, casi el doble que los varones (que dedican solo 2 h).
El trabajo doméstico y de cuidados, que en el desarrollo del pensamiento económico tradicional fue dejado de lado, hoy aparece como la principal explicación a la desigualdad económica de género. El trabajo no remunerado no está aislado del resto de los procesos socioproductivos en tanto la carga que asumen diariamente las mujeres demuestra los déficits existentes no sólo en distribución entre miembros del hogar, sino también en la participación del Estado.
Jefatura del hogar: compartir las responsabilidades de cuidado
Los varones se insertan más y mejor en el trabajo remunerado porque dependen de que las mujeres continúen asumiendo el doble de tiempo de trabajo no remunerado. No se trata de dos hallazgos paralelos, sino de las dos caras de una misma moneda.
El porcentaje de hogares con responsabilidades de cuidado de jóvenes-adolescentes que tiene como jefe a un varón en pareja es el 87%, mientras que para las jefas mujeres es de tan sólo 43%. Es decir que sólo el 13% de los hogares con menores de 25 años no cuenta con una presencia femenina, en tanto el 57% de los hogares con menores de 25 años no cuenta con una presencia masculina. Este dato insiste sobre el fenómeno de que las tareas de crianza requieren la presencia de una mujer. Se cumple también para los hogares con jefatura femenina que, además de ser más pobres, están organizados en esquemas de monomarentalidad. Por eso, los esfuerzos orientados a combatir la pobreza deben incluir políticas públicas sensibles a estas formas de organización familiar y los roles de género aún instalados.
Ingresos propios y no-pobreza
Los indicadores de ingresos propios y no-pobreza presentan puntajes promedio de 90,3 y 89,4 respectivamente, mucho más cercanos a la paridad que el tiempo de trabajo no remunerado (49 puntos).
Si bien ambos indicadores resaltan por conseguir igualdad en más de una provincia, la incidencia de la pobreza resulta, en todos los casos, más problemática que la dependencia económica. En promedio, el 24% de las mujeres sufren una situación de dependencia (están inactivas y no poseen ingresos propios), mientras que el 43% de los hogares con jefatura femenina son pobres.
Tareas productivas, tareas reproductivas
Este índice logra sintetizar los principales problemas públicos y el grado de igualdad alcanzado en cada uno de ellos para cada provincia. Si bien en todas hay asuntos importantes que atender, es fundamental indagar sobre las causas de los indicadores con peor desempeño para organizar las urgencias de las medidas de intervención.
La distribución inequitativa del trabajo doméstico y de cuidados es la piedra angular de las diferencias de género en las formas de inserción laboral, en los ingresos, en la vulnerabilidad y, en última instancia, en la exposición a la pobreza. La separación teórica, discursiva y práctica entre la esfera productiva y la reproductiva resulta una ficción, ya que una se monta sobre la otra: es la segunda la que sostiene a la primera. El mercado laboral no podría existir sin el trabajo de sostenibilidad de la vida que realizan mayormente las mujeres.
Sólo a través de la visibilización y la insistencia sobre el valor social y económico de los cuidados es que se podrá allanar el terreno para combatir las injusticias de género. En este sentido, podrá trabajarse con una política productiva con sensibilidad de género, que busque acortar brechas de ingreso al mercado y de ingreso salarial, pero la desigualdad de base continúa sin ser resuelta, arrastrando sobre las demás dimensiones una asimetría originaria.
En el siguiente enlace se puede acceder al repositorio que contiene los archivos necesarios para el cálculo del Índice de Género, Trabajo e Ingresos desarrollado por Fundar y descargar todos los datos.