La trayectoria económica de la Argentina se caracteriza por una marcada volatilidad y, a partir de la década del setenta del siglo XX, un desempeño económico decepcionante. La alternancia de períodos de crecimiento y contracción está puntuada por crisis recurrentes, que suelen venir asociadas con una caída del salario real y un aumento de la desigualdad. Esta trayectoria errática ha tenido un impacto sobre los niveles de bienestar de la población argentina. En las últimas décadas, nuestro país ha perdido posiciones relativas respecto a los países desarrollados y a los de desarrollo reciente, ha mostrado un peor desempeño que las economías medianas y grandes de la región, y ha convergido al nivel de ingresos per cápita de países respecto de los cuales medio siglo atrás se encontraba en una situación ventajosa.
En la base de esta trayectoria oscilante se encuentran las persistentes contradicciones de la economía política del país. La reflexión desde esta perspectiva descubrió hace tiempo que la “naturaleza” cíclica de la Argentina durante la mayor parte del siglo XX tiene su raíz en la puja entre coaliciones de actores con intereses y preferencias contrapuestos en torno a los precios relativos de los bienes agropecuarios. A cada una de estas coaliciones corresponden visiones distintas y conflictivas sobre la estrategia “correcta” para desarrollarse. Por un lado, la visión del desarrollo hacia adentro o mercado-internista, centrada en la expansión de la demanda doméstica y en la protección a los productores locales, cuyos objetivos de transformación productiva con inclusión social típicamente enfrentan fuertes restricciones en el frente externo. Por otro lado, la visión estática del desarrollo hacia afuera, que propone que el país debe basar su estrategia productiva en sectores intensivos en recursos naturales y sus derivados, priorizando las ventajas comparativas ya dadas y sin que el Estado intervenga en ese proceso, lo que en la práctica compromete el propio objetivo del desarrollo. Estos programas económicos contrapuestos comparten sin embargo un atributo común: están caracterizados por formas alternativas de miopía intertemporal, en las que las urgencias del presente comprometen los objetivos de largo plazo, y que eventualmente desembocan en las crisis recurrentes.
Salir de la trampa de la inestabilidad y las crisis cíclicas requiere hacer algo nuevo para no repetir los tropiezos del pasado. Es necesaria una estrategia de desarrollo hacia afuera dinámica, que atienda los equilibrios sociales y políticos necesarios para garantizar la estabilidad de las metas en el tiempo,
y a la vez promueva políticas de desarrollo productivo orientadas a generar ventajas competitivas dinámicas en sectores intensivos en conocimiento y cercanos a la frontera productiva y tecnológica global. Este objetivo plantea un desafío que es más político que económico: sin estabilizar una amplia base social de apoyo, articulada en torno a compromisos de mediano y largo plazo, será muy difícil lograr el salto desarrollista necesario para garantizar la prosperidad común con equidad en la Argentina contemporánea.