Quienes me conocen saben de mi eterno optimismo, lo que seguro conocen menos es que también soy bastante nostálgico, sobre todo en lo que se refiere a la Argentina. Me fui de este país siendo muy joven y los primeros años lejos de casa fueron particularmente duros. En aquel tiempo no podía hacer una videollamada y los meses entre visita y visita se hacían largos y muchas veces muy tristes.
Quienes vivimos afuera repetimos un gesto: buscamos el encuentro con lo nuestro del modo que sea, incluso adoptando costumbres que no teníamos cuando estábamos acá. A mí se me dio por llenar mi valija de cassettes y CDs de tango y folklore. Caminaba por los pasillos de Carnegie Mellon escuchando a Atahualpa Yupanqui y Zitarrosa.
Hay un tema de Atahualpa que, en esos días de estudio, me ponía un poco triste. Me refiero a ese que se llama “Los Hermanos”. Una de las estrofas dice:
Y así seguimos andando
Curtidos de soledad
Nos perdemos por el mundo
Nos volvemos a encontrar
Pero hoy me gustaría rescatar ese mismo tema por algo que menciona en su última estrofa:
Yo tengo tantos hermanos
Que no los puedo contar
Y una novia muy hermosa
Que se llama ¡Libertad!
“Libertad”, qué palabra tan magnética. Supongo que esto no los hará pensar que Atahualpa era libertario.
Aunque nunca fue mi novia, yo siempre me llevé muy bien con la libertad. Hasta se podría decir que soy un prototipo de éxito del modelo que se autotitula “liberal” y que privilegia, por sobre todo, el mérito individual y la libertad económica.
Pero tengo que admitir que estoy muy incómodo y no me siento para nada a gusto con que se me considere un producto exclusivo del mérito y la libertad. Repito sin temor a aburrir lo enormemente agradecido que estoy a todas las personas y a todas las instituciones que me ayudaron a tener ese éxito y, en particular, lo agradecido que estoy con la Argentina. Esos hermanos anónimos son los que me ayudaron y ¡son tantos! También agradezco a los que tienen nombre y apellido, a los equipos que trabajaron conmigo y que hicieron posible ese éxito compartido. Sí, es verdad: “yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar”. Estoy seguro de que no estoy solo cuando digo esto. Es que yo creo profundamente que el éxito personal es siempre resultado de un esfuerzo colectivo. Y creo profundamente que cuando uno tuvo éxito, es su responsabilidad ayudar a los demás para que tengan las mismas oportunidades de alcanzarlo.
Tampoco creo en el modelo de la libertad como camino todopoderoso hacia la Tierra Prometida, sobre todo si la libertad es sinónimo de interés individual y del sálvese quien pueda. Hay ahí una falsa antinomia: el esfuerzo individual versus la construcción colectiva. No es posible entender las trayectorias personales ni empresariales, ni tampoco la de los países, a través de ese prisma binario. Nadie se salva solo y los logros individuales siempre están apalancados en el contexto. No hay mérito sin oportunidad ni construcción colectiva sostenible sin progreso personal.
Ahora bien, la entronización del individualismo no sólo circula en nuestro país. La discusión sobre el cambio climático también puede mirarse desde esa perspectiva. Necesitamos un nivel de coordinación y de solidaridad en el mundo que deje de lado el individualismo de los países para solucionar el problema fundamental de nuestro siglo: ¿cómo vamos a proteger nuestra única casa?
En estos días de elecciones recibí muchos llamados de amigos que no son argentinos. Muy preocupados, me vuelven a taladrar con la pregunta más frecuente: ¿cómo puede ser que un país que lo tiene todo, recursos naturales, recursos humanos, creatividad, genio, siempre esté en crisis y no pueda salir adelante?
Todos nos hacemos la misma pregunta y no creo que haya una única respuesta, pero sí creo que en los últimos tiempos no fuimos ni creativos, ni genios ni talentosos en cuanto a nuestra construcción colectiva de país.
El Estado, que debería apalancar nuestro crecimiento, ha sido un botín de guerra y un caldo de cultivo para los conflictos de interés. Hoy es una mala palabra. Sin hacer un diagnóstico sofisticado, creo que nuestro país se encuentra hace mucho tiempo estancado en equilibrios que no son virtuosos. Lo vemos en las investigaciones que encaramos desde Fundar: hay diversos temas en donde el interés sectorial impide las transformaciones que el conjunto necesita. Para estudiar esos temas incómodos, es fundamental la independencia con la que contamos.
Pero la idea y el proyecto de país no se construye solo con el Estado. También hemos fallado desde el sector privado que, en lugar de trabajar en un proyecto de país en sociedad con un Estado inteligente, se concentra en defender los intereses sectoriales, fomentando el cortoplacismo sin tener en cuenta las consecuencias para el resto de sus compatriotas. Por el contrario, muchas veces termina usando al Estado para su propio beneficio.
Con ese diagnóstico en mente, nació Fundar. Fundar es el sueño de ayudar a construir una visión integral de país, un camino posible hacia el desarrollo económico, social y sostenible en el mediano y largo plazo. Para ello, Fundar se organiza en torno a tres misiones: la primera es generar riqueza para la Argentina; la segunda es la de transformar el Estado; y la tercera es llevar adelante las otras dos con un norte puesto en la igualdad de oportunidades y la sostenibilidad.
Este desafío, de algún modo u otro, nos reúne. Porque el haber hecho las cosas mal no nos debe vencer. Tenemos que reinventarnos, cambiar, transformar y permitir que las nuevas generaciones traigan aire fresco y nuevas canciones. Para eso también nación Fundar: para debatir, para proponer, para imaginar y, sobre todo, para construir un espacio nuevo donde podamos analizar nuestros problemas y proponer soluciones, sin miedo a herir intereses particulares. Porque el único interés que tenemos en Fundar, y creo que ese es un interés compartido, es el que a la Argentina y a los argentinos les vaya bien.
Gracias por acompañar nuestro trabajo durante estos años.