Recientemente, la Secretaría de Energía de la Nación anunció la reparación de la Central Atucha II, tras 10 meses de inactividad debido a un incidente de difícil resolución. Este logro es motivo de satisfacción para Argentina y, en particular, para su comunidad nuclear, que demuestra un nivel técnico y una motivación excepcionales.
La reparación de la Central ha sido una muestra del valor del capital humano —tan difícil de construir y tan fácil de dilapidar— que alberga el conocimiento acumulado en el campo nuclear. Este activo debe desempeñar un papel central en uno de los desafíos más importantes que enfrenta nuestro país: generar riqueza para superar la crítica situación actual.
La noticia llega en un momento en que la energía nuclear en el mundo se encuentra en un punto de inflexión después de décadas de relativa inercia.
Primero, por el impulso que está adquiriendo la transición energética relacionada con el cambio climático.
Segundo, porque la invasión rusa a Ucrania resaltó la vulnerabilidad de la provisión de energía basada en recursos fósiles.
Tercero, por las grandes expectativas en torno al aumento de la generación nucleoeléctrica basada en tecnologías agrupadas bajo las denominaciones de Generación III y Generación IV. Estas tecnologías están recibiendo financiamiento sustancial tanto de fuentes privadas como públicas, especialmente en el área de reactores modulares pequeños (SMR en inglés).
En Argentina se debate la conveniencia de continuar utilizando la tecnología CANDU con uranio natural para reactores de potencia o reemplazarla con centrales de uranio enriquecido, como el reactor Hualong-1, que se compraría a China.
Incluso hay quienes sugieren eliminar por completo la opción nuclear para la futura provisión de energía. Superpuesto a este debate, el país avanza en la construcción del CAREM, primer reactor SMR de potencia de producción nacional.
Argentina necesita aumentar la generación eléctrica a precios competitivos para impulsar el desarrollo industrial. Una lectura crítica de la realidad debería asignar un rol a cada tecnología de generación acorde con las características del país. En nuestra opinión, Argentina no necesita que el Estado invierta en nuevas fuentes nucleoeléctricas a corto plazo (circa 10 años) porque:
El país dispone de suficiente gas para extraer y exportar como energía de transición en las próximas dos o tres décadas, reemplazando los combustibles líquidos y facilitando la expansión del parque de generación nacional con centrales a gas de ciclo combinado financiadas por inversores privados.
La electricidad generada por las nuevas fuentes nucleares en consideración sería varias veces más costosa que la obtenida del gas. Según nuestras estimaciones, durante los aproximadamente 12 años que llevaría reembolsar el crédito para Hualong-1, la energía generada costaría alrededor de 4.5 veces más que el promedio de todos los generadores en el país, lo que resultaría en una pérdida estimada de 1300 millones de dólares al año. Un factor similar se aplicaría a la energía generada por un CANDU.
En un país que está a punto de demostrar que su industria puede fabricar reactores en pequeña escala, como el CAREM, y cuya modularización permite alcanzar cualquier capacidad necesaria, resulta paradójico considerar la compra de un reactor “llave en mano” con tecnología extranjera.
Creemos que el mejor enfoque sería dirigir los recursos humanos y las inversiones a la tarea de finalizar el CAREM 25 en dos años y el CAREM de potencia en cinco.
Con 70 años de apoyo estatal, Argentina ha desarrollado una industria nuclear madura con la capacidad de producir y exportar reactores SMR. Esto puede proporcionar soluciones a nuestros problemas más apremiantes: la generación de valor agregado para nuestras exportaciones y la creación de empleos de calidad.
El CAREM no está solo; de los más de 80 SMR en desarrollo, 33 son similares. Entonces, ¿qué posibilidades tiene Argentina de desempeñar un papel en el nicho de oportunidades que probablemente se abrirá en estos años y de capturar una parte del mercado internacional?
Sería oportuno coordinar los recursos del sector público con el complejo industrial privado que lo complementa para tener rápidamente un CAREM de exportación y proponerse el desafío épico de exportar el primero al final de esta década.
La estrecha relación con Brasil, un proveedor de uranio enriquecido, podría potenciarse mediante una asociación estratégica para crear un mercado nuclear en América Latina antes que lo ocupen las potencias globales. La industria nuclear argentina podría aspirar a convertirse en un actor de primer nivel en el mercado de exportación, contribuyendo con productos de alto valor agregado al crecimiento de la economía del conocimiento.
En última instancia, se trata de establecer prioridades. La generación eléctrica nuclear en Argentina, con sus tres centrales, genera beneficios netos.
Si el Estado los reinvirtiera en la expansión del sector para financiar el CAREM 25 y el de potencia, veríamos un florecimiento nuclear como nunca antes en nuestra historia, sin necesidad de subsidios estatales. Este crecimiento generaría desafíos, entusiasmo y expectativas entre los profesionales y técnicos del sector, mejorando significativamente sus perspectivas laborales y proporcionando al país una nueva y auténtica fuente de riqueza.