Dar la teta en la mina: ¿Qué pasa cuando 200 km separan a una madre de su bebé?

El clima es áspero y Laura está a más de 200 kilómetros de casa. Eligió ser conductora de camiones fuera de ruta en la mina porque la formación técnica era corta, el trabajo, seguro y el salario, alto. El régimen de trabajo es de 14×14: pasa 14 días en la mina y 14 días en casa. Está volviendo de la licencia de 90 días luego del parto de su cuarto hijo y se encuentra frente a una situación difícil: tiene que dar la teta, pero ni la mina ni los horarios del trabajo están preparados para que la lactancia sea parte de su vida laboral.

En la industria minera apenas el 11% de los puestos de trabajo son ocupados por mujeres. Si hacemos una proyección simple en base a lo que sabemos del sector, tendríamos que esperar a 2037 para alcanzar solo el 30% de participación femenina. La paridad la tenemos muy lejos. Pero la mina no solo es un espacio de hombres porque son la enorme mayoría, sino que no está preparado para garantizar el ingreso ni la sostenibilidad de mujeres y otras identidades.

“Las mujeres humanizan la mina” es un sentido común frecuente que las mismas mineras hacen circular acerca de su entrada en estos espacios. Con ellas los accidentes de trabajo bajan en igual medida que los chistes machistas. Cuando Laura empezó a manejar camiones, era la única mujer en todo el campamento y todavía no existían los baños diferenciados por género. Tener un lugar propio donde hacer pis al bajar de la máquina fue toda una conquista.

Tiempo después de incorporarse, los hombres aprendieron que algunos chistes y códigos para relacionarse ya no eran apropiados. A pesar de eso, siente que tiene que transpirar el puesto para mostrar que es legítimamente suyo y que puede hacer “el mismo trabajo que un hombre”. Ser minera es casi tan importante como parecerlo y, para llegar a eso, hay que mostrar que se puede hacer lo mismo y más que el género que domina el conteo de cabezas en el campamento.

La gestión menstrual se convertía en un periplo al no existir una infraestructura preparada. Tampoco había lactarios con todo el mobiliario necesario: dispositivo de extracción personal, sillón y una heladera para conservar la leche. La organización de la lactancia era imposible y la de los cuidados aún más. Había conseguido que su hermana cuidara a sus hijos algunas horas del día, pero la mayor parte del trabajo se lo llevaba la de 16 que se encargaba de sus hermanitos.

El descanso es territorio de explotación masculina

Laura quiere, además, pasar de conducir camiones a manejar explosivos en la mina. Para eso tiene que estudiar una tecnicatura en su tiempo fuera del campamento. También estuvo conversando con sus compañeros y quiere unirse al sindicato. Pero todo eso que los varones hacen en sus 14 días de descanso a Laura le causa un poco de gracia: “¿de qué descanso hablan?”.

Cuando deja el campamento empieza su otro trabajo, el que no puede dividir en jornadas de 12 horas porque es 24/7. Según la plataforma documental Comadre, la producción de leche consume el 25% de la energía corporal y dar de mamar durante un año toma 1800 horas, casi lo mismo que un trabajo de tiempo completo. El descanso es territorio de explotación masculina.

Las minas están llenas de Lauras. Una encuesta reciente de la asociación Women in Mining Argentina muestra que entre las que se alejaron de la industria el 21% lo hizo cuando fueron madres, que el 45% de las mineras cuenta solo con su ingreso para el cuidado de las personas a cargo y que el 43% cree que es inviable compatibilizar el sistema roster con la carga de cuidados injustamente distribuida.

No olvidemos que en Argentina las mujeres dedican el doble de tiempo que los varones en tareas de cuidado no remuneradas.

La minería está en la mira por varias razones. En primer lugar, por su potencial exportador. En segundo lugar, por la cantidad de conflictos socioambientales que ha cosechado históricamente. Sin embargo, son pocas las miradas que apuntan sobre las abismales brechas de género del sector con los mejores salarios de la economía. Esa tercera razón permanece en penumbras.

La vida de Laura como trabajadora de una mina abre una pregunta que pocos se hacen y que tiene, por ahora, pocas respuestas. En esta Semana Mundial de la Lactancia, tenemos la oportunidad de recordar que el desafío no es sólo distribuir las oportunidades de empleo simétricamente, sino garantizar la sostenibilidad de trayectorias como la de Laura.

Las políticas de cupo femenino, de reclutamiento orientado y de promoción de ingreso de mujeres a la formación superior no soluciona el problema. Mucho ya se ensayó y no alcanza. Hace falta un poquito más de imaginación. Existen algunas iniciativas de acompañamiento a la extracción, almacenamiento y distribución de la leche materna hacia los puntos urbanos donde se encuentran sus hijos. Esto requiere ingeniería institucional y presupuesto, pero ciertamente es un lugar por donde empezar a responder la pregunta que Laura deja en el aire.

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