La trampa de las industrias masculinizadas, entre bancársela y civilizar

Mujeres que rompen mitos y barreras en los sectores de valor estratégico que históricamente fueron trabajos de hombres se enfrentan a dos grandes problemas: la labor en sí y las tareas de cuidado.

Las experiencias y trayectorias de las mujeres en la vida laboral se asemejan más a una topografía de obstáculos que a los jirones de un proyecto arquitectónico deficiente. Sobre todo, en aquellas industrias masculinizadas con valor estratégico para el desarrollo del país, como la minería, los hidrocarburos y los servicios basados en conocimiento. Actividades con más potencial para generar las codiciadas divisas y empleo asalariado de calidad. La apuesta no está libre de riesgos socioambientales. ¿La expansión de empresas y proyectos deja atrás a mujeres y diversidades?

Primera impresión. Cuando hablamos de trabajos estratégicos, todavía pensamos intuitivamente en varones. No es de extrañar, puesto que son la abundante mayoría. Veamos algunos ejemplos de la actualidad: la construcción del gasoducto Presidente Nestor Kirchner ocupó a 340 mujeres. Aunque significaron hasta el 7% de la fuerza laboral movilizada, es un número casi impensado en grandes obras de infraestructura. No hay mucha distancia con la extracción metalífera y de litio: las mujeres representan poco menos del 13% de los puestos de trabajo. El mundo del software pareciera ser más abierto a su incorporación: en 2022 ocupaban casi el 32% de los puestos. Una proporción superior, ¿es indicio de igualdad en un sector cuyo nivel de participación femenina está estancado desde hace 20 años?

Además de cantidad, la inserción es una cuestión de calidad. La concentración numérica –e histórica– de varones es insuficiente para retratar las asimetrías de género que desincentivan la participación femenina y de diversidades. Seguimos pensando a esos sectores como espacios masculinos porque en su interior ellos ocupan los lugares de mayores salarios, prestigio, visibilidad y movilidad. En números, las trabajadoras perciben en promedio ingresos entre un 10% y 24% menores en la extracción de petróleo y gas, minerales metalíferos y actividades de informática. Las mujeres están ahí, pero mayoritariamente en lugares subalternos.

¿Es posible desarmar la masculinización de estas industrias mediante regulaciones que obliguen o estimulen la contratación de mujeres? ¿Alcanzaría con fortalecer la educación técnico-profesional y ampliar el conjunto de candidatas calificadas?

Aun cuando logran insertarse en industrias pensadas por y para varones, rápidamente se enfrentan barreras que limitan sus posibilidades de encarar caminos ascendentes. Sobre todo, por el rol que se les asigna: funciones típicamente feminizadas vinculadas al cuidado dentro del ámbito laboral (recursos humanos, prevención de accidentes, control de calidad, laboratorio, secretaría o limpieza). Como si cuidar el hogar, a sus hijos o a sus padres no fuera suficiente, se les pide trasladar esas habilidades a la oficina y al campo. No se trata de renegar del valor social y económico de ese tipo de labor, el feminismo sabe cuánto valen esas tareas históricamente no remuneradas. Se trata, por el contrario, de entender que limitar a las mujeres a determinados roles laborales es una forma que asume la desigualdad de género.

Concentrémonos en la minería a gran escala, que en los últimos años registra un aumento sostenido en la cantidad de mujeres empleadas, pero cuya acumulación de experiencia en áreas clave tiene camino por andar. En roles técnicos y operativos, funciones que concentran dos tercios de la demanda de empleo, la participación femenina es del 5%. Con salarios y niveles de formalidad superlativos se trata de una alternativa laboral atractiva no solo para aquellas con vocación minera, sino para cualquiera dispuesta a adaptarse a sus condiciones de trabajo: traslados frecuentes, estadías en los campamentos durante días consecutivos y jornadas laborales de hasta 12 horas diarias, en condiciones de trabajo que involucran estrictas normas de convivencia y seguridad e incluso inclemencias geográficas y meteorológicas.

A veces analizar la historia de una trayectoria personal es la mejor forma de comprender el funcionamiento de un sistema. Eso hicimos en un estudio que publicamos desde Fundar, en el que entrevistamos a 12 mujeres que trabajan en la minería metalífera en las provincias de San Juan y Santa Cruz. De las pocas mujeres en esos establecimientos. Los testimonios de aquellas que irrumpieron en los yacimientos con su presencia ubican los desafíos y sacrificios que asumen para validarse como trabajadoras en un “mundo de hombres”, como también los recursos que despliegan para sostenerse en sus puestos de trabajo.

Cuando entran se encuentran con un mundo colmado de varones. Al ser las únicas —con suerte las pocas– en los equipos, deben visibilizar deliberadamente sus cualidades y credenciales en un trabajo para el que se asume no están “naturalmente” calificadas. Anteponerse a la subestimación de sus capacidades, superar escrutinios y validarse como mineras supone un sobreesfuerzo que las desgasta.

Ese es el caso de quien llamaremos por sus iniciales para proteger su puesto de trabajo, V.J., una profesional con 13 años de experiencia que ingresó a 20 años: “Y…, eran gente mayor. No me sentía muy segura de estar rodeada de tantos hombres. Después ya me dieron la confianza. Yo que tenía que liderar un grupo, cuando una opinión viene de una mujer la respuesta es ‘¿Qué sabés vos de una máquina si…?’ o ‘¿Qué me podés venir a decir vos?’ Esas cuestiones las he pasado años. Agobiante, te sacan energías, te las consumen por todas partes”, nos dijo en el informe Ser y parecer minera, que realizamos para Fundar.

Constituirse mineras supone un derecho de piso que se paga con atributos personales asociados al carácter, la firmeza, perseverancia, la capacitación y sobre todo el poder “animarse”. Son también clave para responder a machismos y situaciones de violencia en los sitios mineros. “Yo tuve un encontronazo con un compañero que me gritó y yo le paré el carro de una, le dije que yo no era su mujer, que así no me hablara. Pasó esa vez y nunca más”, comparte G.M., una operaria con 5 años en el sector. El abordaje de estos conflictos no siempre da buenos resultados. Una compañera de D.A, operaria con 3 años de trayectoria minera, reportó ante su supervisor ser excluida de determinadas tareas u oportunidades de aprendizaje. “La entendieron un poco, pero después empezó a cambiar el clima, ya no era tan agradable, se pone tenso. Como que somos quilomberas o armamos chusmerío, cuando nada que ver”.

La masculinización de la industria se manifiesta hasta en la infraestructura. Es difícil contar con instalaciones sanitarias adecuadas en todos los proyectos mineros. Hace no muchos años, disponer de baños propios era una utopía. Para A.P., quien hace 15 años trabaja como operaria, el baño de mujeres llegó a implicar incluso un territorio de disputa. Relata el caso de “una compañera que va al baño y lo encuentra ocupado [por un compañero]. Algo tan íntimo que a lo mejor para las demás es natural, para nosotros era toda una conquista. Los chicos hoy en día saben que no pueden entrar”.

Por si esto no fuera poco, la abismal inequidad en cuanto a las licencias por maternidad y paternidad –casi nulas– agudizan el panorama de obstáculos hacia puestos más altos y mejor pagos. Solo un 38% de las empresas otorga una licencia a los padres por encima de los 2 días corridos que reconoce nuestra normativa nacional. Una operaria con una década de trayectoria, N.N, reflexiona sobre esta disparidad: “La mujer llega de la mina y vos seguís con tus tareas de mamá, de mujer, de jefa de hogar. En cambio el varón llega a su casa y si quiere descansar. Yo no puedo darme el lujo de llegar a mi casa a descansar.”

El mandato de los cuidados no se circunscribe a la casa. Cuando las mujeres entran a trabajar en una mina, enseguida aparecen sentidos comunes asociados a una supuesta naturaleza femenina, tanto por parte de altos mandos como de pares. Las mujeres son pacientes, prolijas, empáticas. Le dan un toque hogareño al rudo día a día de la mina. Ellas hacen los lugares más amables, más cuidadosos, menos riesgosos.

Estos aportes diferenciales son esgrimidos por representantes del sector para legitimar la atracción de mujeres y vincular la participación femenina al negocio. Son incluso reconocidos por las propias trabajadoras para validar sus saberes y capacidades. G.M agrega que como mujeres han demostrado poder “hacer tareas igual que ellos, y más también. De hecho, está comprobado en diferentes yacimientos que la mujer es mucho más cuidadosa a la hora de manejar los equipos, de operarlos, el aseo en el equipo, somos las mejores en eso”.

Algunos de estos sentidos comunes tienen correlato con la realidad y están sostenidos por las estadísticas. Según la Superintendencia de Riesgos de Trabajo, la cantidad de accidentes de trabajo o enfermedades profesionales por cada 1.000 trabajadores mineros más que duplica la tasa de sus compañeras mujeres. Otros sentidos comunes riman muy bien también con las exigencias contemporáneas: las casas matrices de las grandes empresas exigen parámetros de convivencia y equidad. Dispositivos como el Estándar EITI reúnen indicadores de género, y hasta empiezan a otorgarse inversiones sujetas al cumplimiento de metas de incorporación de mujeres, como fue el caso del préstamo de la Corporación Financiera Internacional para el proyecto de litio Sal de Vida en Catamarca.

Sin embargo, estos argumentos poco cuestionan relaciones de género desiguales ni el tipo de masculinidad sobre el cual se organiza el trabajo. Lo que no está inscripto en el sentido común es que para estar a la altura de condiciones laborales difíciles, las mujeres transitan la fina línea entre el sobreesfuerzo y “humanizar” el espacio de trabajo. Todo ello cuesta trabajo extra, que no se refleja en salario y las pone en un lugar difícil de sostener. Además de “bancársela” —atributo más valorado entre los mineros—, tienen que asumir esa misión civilizatoria y pacificadora que tácitamente se les asigna y de la cual las empresas se benefician. Los cuidados traspasan así la escena del hogar y llegan a la del espacio de trabajo pago: el adentro reproduce la lógica del afuera.

Los testimonios que pudimos recabar reproducen buena parte de lo que sucede en la gran mayoría de las minas de Argentina. Pero también existen estos relatos en Vaca Muerta; los hay en la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner; los hay más o menos velados en otros sectores aparentemente menos hostiles, como es la industria del software.

Problematizar estas situaciones del mundo laboral es imprescindible para construir un desarrollo justo y sostenible en la Argentina: encender los candiles para desarmar la trampa y ver más de cerca el futuro. En la medida en que sectores identificados como estratégicos para el desarrollo cumplan con sus promesas de expansión, se abren ventanas únicas de oportunidad para detener la rueda de la masculinización y abrir el juego a la actividad de las mujeres y el colectivo LGBTIQ+. Como toda ventana de oportunidad, es necesario aprovecharla antes de que sea demasiado tarde. Crecer en el mundo del trabajo es crecer con equidad de género, o no es nada.

Esta nota es parte del dossier ¿Trabajando duro o durando en el trabajo? realizado en conjunto entre Fundar y Cenital, y fue publicada originalmente el 4 de diciembre de 2023 en Cenital.

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